martes, 29 de enero de 2008

La sombra iraní en Pakistán

Ahora que el futuro de Pakistán y su presidente, Pervez Musharraf, es incierto tras el asesinato de Benazir Bhutto, se están encontrando paralelos con la caída del Sha y la revolución islámica en Irán en 1979. Una vez más, un autócrata "pro–estadounidense" parece estar perdiendo rápidamente su control del poder, mientras que su aliado, Estados Unidos, apenas lo apoya a medias. La élite liberal y la intelligentsia atacan al dictador confiados en que su país está preparado para una democracia secular.
La lección evidente que se debe aprender de 1979 es que Estados Unidos dejó imprudentemente que toda su relación estratégica con Irán recayera en un dictador impopular. Cuando su régimen se desmoronó, desapareció también la capacidad de Estados Unidos de cumplir sus intereses ahí.
Pero la revolución iraní guarda otra lección para los liberales paquistaníes: obsesionada con la expulsión del Sha, la intelligentsia se engañaba sobre su propia sociedad y su potencial para triunfar mediante una revuelta política abrupta. Una vez que el Sha se fue, la minoría radical que estaba dispuesta a luchar y morir por su causa acabó con la "mayoría moderada" y en muy poco tiempo estableció el gobierno islámico.
No cabe duda de que hay profundas diferencias políticas y culturales entre el Irán de los años 1970 y el Pakistán contemporáneo. Irán carecía de un poder judicial independiente, de una libertad de prensa elemental y de organizaciones de la sociedad civil. El Pakistán contemporáneo tiene todo eso en distintos grados. Lo que es más importante aún, los clérigos chiíes de Irán estaban organizados y tenían actividades políticas que los clérigos sunitas de Pakistán no han tenido. En efecto, los partidos islámicos de Pakistán nunca han ganado más del 12% del voto popular.
Sin embargo, sería un error pensar que Pakistán es inmune a la contracorriente del mundo musulmán. Alrededor del 40% de los paquistaníes viven por debajo de la línea de la pobreza, la mitad de la población es analfabeta y, entre los alfabetizados, muchos han estudiado en madrazas financiadas por los wahabíes. Diversas encuestas indican que una numerosa minoría de los paquistaníes tiene una opinión favorable de Osama bin Laden, una mala imagen de Estados Unidos y la creencia de que implantar la ley islámica (la Sharia) debería ser una prioridad.
En cierta ocasión, un intelectual paquistaní me confesó: "Me temo que los malos resultados electorales de los islamistas en Pakistán se deben más a que no ha surgido un líder islámico convincente y carismático –un Hassan Nasrallah paquistaní– y no a que su mensaje no sería bien recibido". Pocos iraníes habían oído hablar del Ayatola Khomeini antes de 1978, pero su mensaje no tardó mucho en galvanizar a millones de personas.
El ejército siempre ha sido el baluarte más sólido para asegurar que Pakistán no siga el camino de Irán. Pero si bien los oficiales pueden ser firmes defensores del gobierno secular, la tropa refleja la sociedad paquistaní. En caso de un despertar político de los islamistas, la lealtad del ejército no está asegurada. En Irán, salvo los altos mandos que fueron ejecutados o huyeron del país, el poderoso ejército del Sha, incondicionalmente secular, se cambió de bando al gobierno revolucionario de Khomeini prácticamente de la noche a la mañana.
Con esto no quiero dar a entender que vaya a darse un despertar islámico en Pakistán en el corto plazo, o que los ciudadanos deban elegir entre un autócrata impopular o un gobierno tipo talibán. Por el contrario, los liberales del país demuestran valor al manifestarse a favor de la democracia, el Estado de derecho y la rendición de cuentas por parte de Musharraf, cuya presidencia parece estar más allá de la rehabilitación. Pero deben aprender de la revolución iraní que los medios de agitación para la reforma política son relevantes para los fines políticos que desean alcanzar.
Las emociones están a flor de piel después de la muerte de Bhutto. Más de 50 personas han muerto en los disturbios, y tanto su partido como el del ex primer ministro Nawaz Sharif están considerando organizar manifestaciones masivas para derrocar al gobierno de Musharraf. Pero la política de la ira, la venganza y los disturbios no traerá consigo la clase de democracia tranquila y plural que Bhutto imaginaba. El deseo de venganza contra Musharraf por ahogar la democracia y no darle a Bhutto la suficiente protección sólo inflamará una atmósfera política que los liberales paquistaníes quieren que sea menos radical.
No sólo en Irán, sino también en Líbano, Palestina e Irak, la historia ha demostrado que los islamistas prosperan en medio del caos político y la violencia. Igualmente, es peligroso apostar que en Pakistán los abogados, intelectuales y estudiantes que están a favor de la democracia saldrán victoriosos de los tumultos y la potencial carnicería de la política callejera.
John Limbert, el erudito académico en el tema de Irán y diplomático estadounidense jubilado (que fue rehén en Irán durante 444 días) hizo la siguiente reflexión sobre la revolución iraní de 1979: "Nuestros amigos iraníes de mente liberal resultaron impotentes en el desorden político… Eran capaces de escribir editoriales agresivos", pero no tenían la determinación para "lanzar ácido, golpear a sus oponentes, organizar bandas callejeras… y participar en la bestialidad que triunfa" en los levantamientos políticos.
Los liberales paquistaníes pueden tener razón en cuanto a que su país es invulnerable a una toma del poder por parte de los islamistas. Pero los costos son demasiado altos para ser impulsivos, y las tormentas del Islam político son difíciles de predecir.
En 1978 los liberales iraníes estaban decididos a derrocar al Sha por cualquier medio. En lugar de crear una atmósfera conducente a un Ghandi iraní, ayudaron sin proponérselo a llevar al poder al Ayatola Khomeini y a un régimen teocrático menos tolerante que el que habían contribuido a deponer. Tres décadas después, millones de iraníes escarmentados quisieran revivir esos días turbulentos de otra forma. Sus contrapartes paquistaníes harían bien en prestar atención a esa percepción. Karim Sadjadpour para Project Syndicate, originalmente publicado por La Prensa el 19 de enero de 2008.

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